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Que el coche eléctrico desprende una imagen de vehículo futurista y moderno es algo en lo que estamos de acuerdo. Pero, ¿es así al 100%? La realidad es que el vehículo eléctrico no es una invención del siglo XXI, si no del XIX. Y que llegó tan sólo 30 años después del principal invento de ese siglo: la locomotora a vapor.
Para situarnos en el germen del vehículo eléctrico, y pese a las dificultades de establecer una fecha a este fenómeno, debemos viajar al Imperio Británico.
Nos encontramos en Escocia, entre los años 1832 y 1839. Por aquél entonces, gracias a la llegada de la revolución industrial, las ciudades de Glasgow y Edimburgo eran un hervidero cultural y científico en Europa. Y los escoceses desconocían que diez años después sufrirían la llamada «gran hambruna escocesa».
Es ese caldo de cultivo el que propició que Robert Anderson, un bussinesman escocés, inventase el primer vehículo eléctrico de la historia, según ratifican los historiadores.
Si bien es cierto que era muy diferente a lo que, hoy por hoy, conocemos como coche eléctrico ya que, entre otras curiosidades, sus 6 km/h de velocidad punta eran impulsados por unas baterías no recargables. Un modelo muy diferente de la actual red de electrolineras para este tipo de vehículos.
Por aquellos años, el Imperio Británico, Países Bajos, Estados Unidos y, el entonces Imperio austrohúngaro fueron la cuna de los sucesivos vehículos de propulsión eléctrica, cada vez más sofisticados y completos. Que surgieron como alternativa a los ya obsoletos carruajes a caballos que llevaban rodando por la historia de la humanidad durante cientos de años.
Imagen de Edison, en 1913, con un coche eléctrico frente a un coche eléctrico de la actualidad
Con la llegada de la primera batería recargable, allá por 1890, y la cada vez mayor fiabilidad de este tipo de vehículos, el caballo y los carruajes empezaron a ser paulatinamente remplazados por un sustituto menos sucio, más robusto y que lograba alcanzar velocidades jamás vistas hasta el momento.
Así lo demostró Camille Jenatzy, un intrépido piloto belga. Que en los albores del siglo XX, se proclamó el primer hombre en batir la barrera de los 100 km/h.
«Le Diableu Rouge«, apodado así por el color de su barba, logró alcanzar los 105,88 km/h a los mandos de su flamante «Jamais Contente«. Un bólido eléctrico, también de origen belga, que marcó un antes y un después en la historia de la automoción.
El vehículo eléctrico LE JAMAIS CONTENTE.
Llegó entonces el siglo XX y el coche eléctrico, lejos de quedarse atrás, vivió su época más gloriosa hasta la fecha. Fue Thomas Alba Edison y sus nuevos modelos de baterías recargables, basadas en una aleación compuesta de níquel y hierro, los que hicieron que el vehículo eléctrico representase el 90% de las ventas de vehículos de los primeros años de siglo, desterrando al motor impulsado por combustión a un marginal 10%.
Tal era la supremacía de este tipo de vehículo, que los ruidosos y rudimentarios vehículos de gasolina no podían igualar el rendimiento de los eléctricos. Que, en algunos casos, alcanzaban velocidades de 130 km/h. La vanguardia tecnológica de la época.
La pregunta es: ¿Qué pasó para que esta situación cambiase? Todo se debe a una serie de motivos que, gracias al inventor de la fabricación en serie, Henry Ford, dieron la vuelta a la industria automovilística.
Al igual que con la irrupción del coche eléctrico, ponerle fecha exacta a su ocaso resulta tarea difícil, pero si hay una fecha en la que los expertos dicen estar de acuerdo, esta es 1912.
Corría la segunda década del siglo XX cuando Henry Ford, una figura relevante en la industria automovilística, pero que hasta entonces no había logrado un éxito comercial que le encumbrase, logró dinamitar el imparable dominio de los motores eléctricos.
¿Cuál fue el culpable?: el motor de arranque eléctrico, introducido por Cadillac en 1913. Y combinado con los métodos de producción en serie que implantó la Ford Motor Company en sus fábricas de Detroit allá por 1908.
Este cocktail tuvo la fortuna de dar a luz al modelo de vehículo más completo de la historia conocida, el Ford T, del que se llegaron a producir más de 15.000.000 de unidades. Hasta que cesó su producción en 1927. El resultado fue que el coche eléctrico pasó a formar parte del pasado de una manera cruelmente rápida.
Ya, en la década de los años 30, la industria del vehículo eléctrico era anecdótica, y pasó a ser un mero residuo tecnológico de una época olvidada.
Pero, ¿fue esto el único motivo de la muerte del coche eléctrico? Como es de esperar, la respuesta es no. Al motor de arranque y la producción en serie hay que añadirle otros factores como:
En resumen, Henry Ford hizo mucho por acabar con el dominio de los vehículos eléctricos. Pero la falta de infraestructura que permitiese su evolución prolongada, además de la falta de visión a largo plazo en materia de autonomía, fueron los motivos que hicieron que el vehículo a combustión haya sido el protagonista principal del pasado siglo y lo siga siendo en la actualidad.
A esto hay que sumarle que el vehículo eléctrico surgió para una clase pudiente. La única que podía permitirse sus elevados costes. Pero, con la disminución de costes de producción implantada en las factorías Ford, los vehículos comenzaron a inmiscuirse, poco a poco, en los hogares del resto de clases altas de América y del resto del mundo.
El binomio entre vehículo eléctrico y España, pese a ser menos prolífico, resulta igual de interesante. Si hay una figura destacada en esta crónica automovilística de España, esta es la de Emilio de la Cuadra, que trató de introducir este tipo de vehículos en el país tras una visita a la Exposición Internacional de Paris, en 1889.
De la Cuadra decidió entonces que aquella tecnología que le maravilló, sobre todo tras ser espectador de una de las famosas carreras de bólidos eléctricos que recorrían 1.200km entre París y Burdeos, debía introducirse en su país natal, motivo por el que tomó la decisión de desprenderse de la compañía eléctrica que poseía para fundar, en 1898, la Compañía General de Coches-Automóviles Emilio de la Cuadra. Después de un año de construcción de prototipos de vehículos eléctricos, basados en un camión, un coche y un ómnibus, la aventura de Don Emilio tocó a su fin debido a la falta de recursos tecnológicos, materiales y económicos, derivando su aventura al motor de explosión. En 1901 la compañía echó el cierre y con ella se acabó el corto, pero intenso, romance entre los vehículos a propulsión eléctrica y el país ibérico.
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