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El día 5 de junio es una fecha subrayada en verde en muchas agendas a lo largo y ancho del planeta. No en vano ese día se celebra el llamado Día Mundial del Medioambiente, impulsado por las Naciones Unidas y que que este año cuenta con Pakistán como país anfitrión. Pero, más allá del propio significado simbólico de esta fecha, que se suma a tantas otras que puedan acaparar nuestro calendario, la cita cuenta con un bagaje y una oportunidad únicas; y es que, tras décadas en los que los acuerdos para la reducción del impacto climático parecían no aunar consensos, el panorama social y político ha girado en los últimos años hacia un mayor compromiso para la descarbonización de nuestra economía. Esto se convierte en la gran esperanza para la conservación de los ecosistemas del planeta, sometidos a una gran presión por la cada vez mayor actividad y población humana.
Pero, antes de entrar a enfocar las posibles soluciones y repasar qué ha cambiado en esta última década, tenemos que detenernos un momento en resaltar las explicaciones y los datos científicos que prueban que nuestro planeta está ante una auténtica emergencia climática y que certifican por qué debemos actuar por una completa descarbonización. Y es que aún existen detractores de esta realidad:
Estos tres factores se han traducido, a su vez, en algunos datos ciertamente preocupantes:
5 datos sobre el cambio climático
Si bien los datos no dan lugar a dudas y plantean un escenario complejo, la posibilidad real de evolución de nuestra sociedad hacia una economía descarbonizada representa una oportunidad tanto medioambiental como social y económica. Pensemos en el ejemplo de España, que recientemente presentó el llamado «Plan Nacional Integrado de Energía y Clima» (PNIEC). Esta hoja de ruta muestra como la economía verde podría suponer 1.500.000 empleos solo en este país para el año 2030; todo un revulsivo para el que se requerirá una inversión de 241.000 millones de euros entre 2021 y 2030, siendo el 80% de esta de carácter privado y el 20% restante público.
Tal es así que esta oportunidad económica y social es la que ha provocado que en los últimos años se lleven a cabo grandes proyectos verdes que, hasta la fecha, parecían impensables y que conjugan una fórmula de éxito en otros muchos terrenos: un marco de estabilidad legislativa y política entorno al sector energético y una apuesta combinada del sector público y privado para su desarrollo.
Acuerdos como el firmado, en 2015, por 196 países en el llamado «Acuerdo de París» (pese al abandono de su principal promotor, Estados Unidos, tras la llegada de la Administración Trump, y posterior reincorporación tras el ascenso de Biden a la Casa Blanca), e iniciativas como el «Green Deal Europeo» no hacen sino certificar que la apuesta por la paralización de cambio climático no solo es necesaria, sino que es urgente y decidida, así como estable para la inversión privada. A esto se le suma una sociedad que ha interiorizado la problemática climática y demanda a sus gobernantes una mayor y más ambiciosa hoja de ruta. Una lectura que el sector privado ha observado como una ventana de oportunidad desde el punto de vista empresarial y de empleo.
Todo esto ha supuesto que el próximo noviembre de 2021 se marque en todas las agendas internacionales. Será en esa fecha cuando los firmantes del «Acuerdo de París» se reúnan de nuevo, esta vez en Glasgow, para la renovación y/o impulso de la hoja de ruta que, pese a ser un hito, no logró ser todo lo ambiciosa que se pretendía. A las espectativas generadas por esta cita se le suman grandes declaraciones de intenciones como la ocurrida durante la Asamblea General de la ONU, en septiembre del 2020, en la que el presidente de China, Xi Jinping, anunció que su país tenía como objetivo convertirse en neutral en emisiones de carbono para 2060. Algo que, hasta hace unos años, hubiese parecido insólito.
5 hitos esperanzadores sobre el cambio climático
Por otro lado, la lucha contra el cambio climático ha encontrado un extraño aliado: la COVID-19. Y es que la pandemia ha puesto contra las cuerdas a nuestras sociedades, viviendo una extraña pesadilla y sacudiendo nuestras economías. Este hecho ha requerido de planes de recuperación económica y social que pasan por la descarbonización de nuestras economías a través de estímulos de inversión en materia de energía verde. Ejemplo de ello son los planes de recuperación económica de la Unión Europea o de los Estados Unidos, que pretenden movilizar miles de millones de dólares en inversiones de este tipo para hacer de la economía verde una palanca de cambio para la descarbonización y la recuperación del tejido productivo.
Pero nada de esto podría desarrollarse sin un contexto tecnológico favorable y rentable. La tecnología para la lucha contra el cambio climático no solo no está por desarrollarse o rentabilizarse, sino que ya está implantada y es 100% rentable. Ya hablemos de tecnología fotovoltaica, eólica, transporte y distribución eléctrica, o de baterías de almacenamiento eléctrico, todas ellas son, cuando menos rentables. Tal es así que la rentabilidad de la energía eólica y fotovoltaica ha desterrado a los combustibles fósiles como principal fuente de producción eléctrica en la mayoría de regiones del mundo. Algo que requiere de una fuerte modernización de nuestra red eléctrica de cara a prepararla para una mayor penetración multipunto de las fuentes de generación renovables. Además, no debemos olvidarnos del sector del vehículo eléctrico, que si bien todavía no se ha traducido en un liderazgo del mercado a nivel global, ha irrumpido en el sector y esta por liderar las ventas a final de esta década gracias a una industria que ha dejado atrás las dudas y comienza a apostar firmemente por un transporte por y para la descarbonización energética.
Objetivos del Green Deal europeo
El pasado mes de diciembre, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, presentó un ambicioso plan para convertir a Europa en el primer continente climáticamente neutro para el año 2050. Este plan, llamado Pacto Verde Europeo (Green Deal). Este plan fija, como «meta intermedia», el año 2030, para cuando las emisiones se habrán tenido que reducir en al menos un 55% respecto a las mediciones de emisiones obtenidas en 1990 en el territorio de la Unión Europea.
La hoja de ruta fija como metas a alcanzar la neutralidad climática del continente europeo para el año 2050 a través de la descarbonización de la energía (la producción y el uso de la energía representa más del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero de la Unión Europea); la renovación de los edificios, ayudando a reducir sus facturas y uso energético (el 40% del consumo ciudadano energético se corresponde a los edificios); la ayuda a la industria europea para convertirse en líder mundial de la llamada economía verde (actualmente el uso de materiales reciclados en la industria es tan solo del 12%, siendo la industria el foco del 20% de las emisiones totales en territorio comunitario); y el impulso de la movilidad sostenible a través de sistemas de transporte público y privado más limpios, baratos y sanos (el transporte representa el 25% de nuestra emisiones nocivas a la atmósfera).
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