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Decía Albert Einstein que en el universo “todo es energía y eso es todo lo que hay”. Esta reflexión del genio científico contemporáneo más conocido, que evidentemente no vamos a discutir por motivos evidentes, nos muestra hasta qué punto la energía supone la base fundamental de nuestras vidas; pese a que en ocasiones no seamos del todo conscientes de ello. Cada acto que realizamos en nuestro día a día va unido a un movimiento y/o transformación de diferentes tipos de energía. El calor que necesitamos para que nuestro cuerpo funcione correctamente -energía térmica-, la fuerza para movernos de un sitio a otro -energía mecánica- o la propia energía eléctrica que alumbra nuestros aparatos y permite que nuestra sociedad funcione. En todos estos ejemplos existe un gasto energético asociado según una serie de condiciones dependiendo del caso; y en todos ellos la eficiencia energética puede ayudarnos a reducir el gasto necesario para llevarlos a cabo. ¿Pero cómo? Bueno, quizá antes sea necesario detenernos un momento a explicar qué es la eficiencia energética.
Veamos, la eficiencia energética se puede definir como el máximo aprovechamiento u optimización de una fuente energética X, sea cual sea su tipología. Así, y mediante una metodología concreta y adaptada a cada caso, esta nos permite implementar mecanismos de eficiencia y ahorro, por lo que podemos disminuir el gasto energético necesario para desarrollar una tarea concreta. Algo que, a todos los efectos, supone que con un mismo grado de consumo energético seremos capaces de desarrollar una serie de funciones extra. Poniendo un ejemplo cercano, si un hogar medio consume alrededor de 270 kilovatios al mes, con una estrategia energéticamente eficiente podríamos reducir dicho consumo a 230 kilovatios gracias a la instalación de electrodomésticos más eficientes, la revisión de la propia instalación eléctrica para evitar pérdidas o la implementación de fuentes de generación renovable complementarias. Ahora queda mucho más claro, ¿verdad?
En efecto. La eficiencia energética es una de esas medidas de las que se habla poco en comparación con el enorme potencial que tiene en nuestra sociedad. Pensemos en los millones de edificios e instalaciones que, debido a basar su suministro eléctrico y/o climático en tecnologías obsoletas o mal mantenidas, derrochan ingentes cantidades energéticas día sí y día también. Algo aplicable a empresas industriales cuyas instalaciones distan mucho de estar optimizadas en términos energéticos o grandes infraestructuras con unas deficiencias energéticas faraónicas. Todo un derroche, ¿verdad? La realidad es que no nos podemos permitir este absurdo lujo ni económica ni climáticamente. Estos son los dos motivos por los que todos y cada uno de los gobiernos comienzan a dar pasos en firme para poner solución a un problema que está lastrando las economías, comiéndose cantidades innumerables de recursos, y echando piedras sobre el ya apedreado tejado del medio ambiente.
Y es que la aplicación de estas metodologías de ahorro nos permite dar carpetazo al malgasto de la energía, con su consecuente reducción del impacto climático. Pensemos en un vehículo con un motor a combustión que puede realizar 1.000km con un sólo depósito en lugar de 500km, en un hogar que puede calentarse con un 20% menos de gas debido a una aislación térmica eficiente, o en una industria metalúrgica que puede fabricar 10 toneladas de bobinas de acero con un 30% menos de gasto en electricidad. Eso es eficiencia energética real. Ni más ni menos.
¿Qué es la eficiencia energética y cómo funciona?
Si el factor climático es fundamental y supone, además, una medida de protección de nuestro entorno y salud, el factor económico es, sin duda, igualmente atractivo para la inversión en eficiencia energética. Y es que la aplicación de estas medidas supone un factor competitivo para el tejido productivo y económico de los países. Según datos macro, el consumo de energía eléctrica de España durante el año 2022 ascendió a 250.421 GW, correspondiendo a 5.259,3 kW per cápita; un consumo per cápita superior al de países de nuestro entorno como Italia, Portugal o Reino Unido -aunque inferior a Francia o Alemania, por ejemplo-.
Estos datos, que para ofrecer conclusiones válidas han de ser combinados con otros factores como el consumo de los hogares o la industria -por ejemplo-, nos sirven sin embargo para entender que las grandes economías mundiales son demandantes de grandes cantidades de electricidad. Esto es obvio, y es que las sociedades desarrolladas son mucho más dependientes de la energía eléctrica que el resto. Pero la clave está en la propia oportunidad que esta situación presenta. Y es que reducir los consumos energéticos de un país puede suponer un impacto directo en el PIB de su economía, reduciendo el gasto destinado a la generación de dicha energía, equilibrando la balanza económica -muchas veces dependiente de un enorme gasto en combustibles fósiles importados- y derivando dichos gastos a otra partidas como la sanidad, la investigación, la financiación del tejido productivo… Si trasladamos este concepto del nivel público al privado, obtenemos una ecuación donde un ahorro del 15% -pongamos una cifra al azar- en el gasto de energía de una compañía electrointensiva puede suponer todo un estímulo para el margen operativo de esta empresa. Es decir, un gasto energético más eficiente convierte a las economías en más competitivas. Teniendo en cuenta la dimensión global de la economía y los mercados, la competitividad no es una opción, sino una necesidad estratégica; y es aquí donde la eficiencia energética tiene tanto que aportar. En este sentido hay que tener en cuenta que el potencial de ahorro depende de varios factores: tipología de equipos, antigüedad, uso, precio de la energía, etc.
Pero claro, resulta fácil decir que nuestra voluntad es la de reducir el gasto energético, ¿quién se opondría a esto? La verdadera cuestión es: ¿cómo se puede favorecer el ahorro energético en una empresa? La clave está en la aplicación de las llamadas MAEs, o medidas de ahorro energético. Estas son una serie de acciones que se implementan según el tipo de compañía para generar ganancias marginales y reducciones de consumo. Para ello, primero se ha de analizar, desde el punto de vista técnico, cuáles son los puntos de consumo energético de una instalación, comprobar la calidad de la propia instalación, analizar el tipo de energía consumida, las facturas… Hecho esto, es momento de localizar los puntos con mejoras potenciales y elaborar una estrategia de MAEs adaptada a la realidad de la empresa. Por ejemplo, si nuestra compañía es una metalúrgica, quizá necesitemos sistemas para la recuperación de calor, la sustitución de las calderas para proceso por unas más eficientes o la renovación de las instalaciones de aire comprimido. Todo esto supone una inversión inicial que ha de estar respaldada por un plan financiero que optimice su amortización a largo plazo; además de contar con un sistema de medición de los consumos que nos ofrezca las estadísticas de mejora de las medidas aplicadas. Es decir, la ecuación consiste en analizar, medir, establecer una estrategia, aplicar unas medidas de ahorro energético, medir y vuelta a analizar.
Este es el motivo por lo que compañías especializadas como Stratenergy, expertos en eficiencia energética que acompañan a sus clientes como un socio clave en el proceso, resultan clave para la consecución de un ahorro energético para empresas de diferentes sectores.
Ahora seguro que tienes mucho más claro qué es la eficiencia energética y por qué es clave.
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