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Blog, Tendencias, Green generation & storage
Conseguir eficientar y abaratar el almacenamiento de energía eléctrica podría suponer toda una revolución en la manera que tenemos de producir y consumir energía para nuestro día día, ¿pero por qué? Si estás leyendo estas líneas es porque, seguramente, hayas topado con alguna noticia en la que se anuncia que X país o empresa ha reforzado su capacidad de almacenamiento eléctrico. Y es que el «enery storage» es una de las grandes tendencias del sector energético de los últimos años, y sus motivos de peso tiene. Imagina un sistema que permita almacenar todo el «excedente» de generación energético y ponerlo a disposición del mercado cuando este lo requiere; algo muy común en otro tipo de mercados que, por motivos tecnológicos y de costes, es una rara avis en este sector.
Quizá, lo primero que deberíamos definir es qué es el almacenamiento de energía eléctrica y cómo funciona. Por naturaleza, la energía es un agente en constante movimiento; algo que hace que lograr su almacenamiento, por diferentes metodologías, haya sido una batalla constante desde la propia existencia de la humanidad. Desde los molinos de agua que aprovechaban el embalsamiento de agua para accionar la maquinaria con la que aplastar el grano, a las actuales y avanzadas presas que nos permiten mover turbinas y generar electricidad; los seres humanos hemos tratado de aprovechar la liberación de la energía para el cumplimiento de nuestros propósitos productivos. Un deseo que, con el descubrimiento y explotación de la energía eléctrica (siglo XIX), se convirtió en una obsesión que llega hasta nuestros días.
Si bien, inicialmente, comprendimos que la combustión de ciertos materiales como la madera, el carbón o el petróleo nos permitía liberar energía que podía ser transformada en electricidad, facilitando así sus consumo en base a nuestras necesidades puntuales y permitiendo su «almacenamiento físico»; la propia complejidad de la energía eléctrica nos ha enseñado que este método no es más que un mero apaño. Y es que, a diferencia de este tipo de energía, utilizada en la primera revolución industrial, la electricidad discurre a través de un circuito cerrado pensado con un fin: su consumo. Si pensamos en cómo funciona la energía eléctrica desde que se genera hasta que llega a nuestros hogares, las «carreteras» por las que discurre, con un enorme nivel de sofisticación tecnológica, permiten su transporte y distribución, pero no su almacenamiento.
Esto supone que, en ocasiones, existan picos de demanda eléctrica que no pueden ser atendidos, dada la falta de capacidad de generación para atenderlas. También es común que en otras ocasiones se produzca un excedente de generación que se pierde, ya que en ese momento no hay demanda suficiente. Es por esto que, a medida que nuestras sociedades han ido evolucionando, y con ellas nuestro consumo eléctrico, hemos comprendido que el almacenamiento de energía eléctrica resulta absolutamente clave para el cumplimiento de varios propósitos como la eficiencia energética, la lucha contra el cambio climático y el impulso definitivo de la energía renovable.
Pensemos en una colina repleta de turbinas eólicas a pleno rendimiento, o en un campo de varias hectáreas equipado con paneles fotovoltaicos. En nuestro imaginario colectivo, esta puede suponer la solución final a los problemas de contaminación provocados por nuestra continua explotación y quema de combustibles fósiles para producir electricidad. Si bien esto puede ser cierto, no es absolutamente cierto. Y es que, como hemos explicado antes, la energía eléctrica no se puede «domesticar» como tal. Las energías renovables dependen de condicionantes climáticos para generar energía para nuestro consumo (viento, radiación solar…), y estas pueden no coincidir siempre con la demanda de sus consumidores finales, creándose valles de generación o de demanda.
Por contra, existen tecnologías de generación eléctrica, como la nuclear, cuya producción no es dependiente, sino absolutamente continua, ya que una central nuclear, por motivos técnicos y económicos, no puede apagarse o encenderse a razón de nuestras necesidades, sino que requiere de liberar energía de una manera constante y controlada. Esto ha hecho que las nucleares hayan sido las «pilas» de algunos sistemas eléctricos de nuestro entorno, como puede ser el caso de Francia. Si bien, además de los condicionantes morales que estas puedan tener, también se expone el problema de fondo que anteriormente hemos comentado: en ocasiones una parte significativa de la energía generada no es aprovechada, dado que no es requerida por el mercado.
Todas estas situaciones expuestas han llevado a nuestras sociedades a plantearse un gran reto que alberga, a su vez, grandes esperanzas: el almacenamiento de energía eléctrica. Y es que, esta solución podría disminuir, en gran medida, las consecuencias climáticas del desaprovechamiento de la energía eléctrica, potenciando una red más eficiente y flexible para el usuario final.
La implementación de sistemas de almacenamiento eléctrico nos permitiría la expansión final de las renovables, logrando almacenar los excedentes para su uso en aquellas jornadas en las que las condiciones del clima no permitan la generación estable de energía. Además, esto eliminaría el papel de los combustibles fósiles como «reserva energética» para aquellos momentos de picos de demanda, en los que centrales térmicas actúan como «pilas» para nuestro sistema eléctrico; algo alejado de una sociedad en total búsqueda por la sostenibilidad y la energía verde. Por otro lado, hay que destacar también el enorme impulso que esto supondría para la democratización del vehículo eléctrico, que encontraría en el almacenamiento de energía eléctrica un aliado clave para disponer de una oferta estable de energía para su normal desempeño.
Si hay una palabra que se repite de manera constante en nuestras sociedades, es mercado. Y es que, pese a que existan o hayan existido tecnologías innovadoras, si estas no son competitivas, no pueden convertirse en vectores de transformación reales; y el almacenamiento eléctrico no es ajeno a esto. Esto ha ocurrido por el elevado coste material y productivo de la principal materia de esta revolución tecnológica: el litio. Este material, cuyas propiedades le hacen ser el centro de todas las miradas del sector energético, es a su vez caro, algo que ha impedido, hasta el momento, su total irrupción.
Pero esta situación no es eterna. Estudios como el publicado por BloombergNEF (BNEF), cifra la reducción de costes en de las baterías en hasta la mitad para el año 2030, afectando directamente tanto al almacenamiento eléctrico como a la irrupción del vehículo eléctrico. Así, a mayor competitividad y reducción de costes, la democratización de esta tecnología encuentra una esperanza real. Ahora solo queda ver hasta dónde llegará esta revolución. El tiempo dictaminará su éxito.
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