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Estados Unidos, la mayor economía del mundo y el segundo mayor consumidor de electricidad del planeta, está asentando las bases de un futuro en el que su red eléctrica estará cada vez más conectada a fuentes de almacenamiento energético. Y es que la Administración de Energía de Estados Unidos (EIA en inglés), así lo afirma en un informe que estima que el país norteamericano triplicará en apenas tres años su capacidad de almacenamiento energético.
Si bien hoy por hoy la capacidad de almacenamiento energético del país se sitúa entorno a un 1 GW, la EIA calcula que en el año 2023 este alcanzará los 2,5 GW. Con fecha de marzo 2019, la mayor parte de este recurso energético se encuentra localizado en los estados de California, Illinois, Texas y Virginia Occidental, tal y como se puede observar en el siguiente gráfico obtenido de la propia EIA:
Este informe se ve reflejado en las declaraciones emitidas por el organismo clave en este asunto para el país norteamericano, el Departamento de Energía de EEUU, cuyo Secretario de Energía, Dan Brouillette, anunció el pasado enero el llamado «Gran Reto de Almacenamiento de Energía», un programa integral con el objetivo de acelerar el desarrollo, comercialización y utilización de tecnologías de almacenamiento de energía de «próxima generación», tal y como informa el portal World Energy Trade.
Así, Brouillette calificó el almacenamiento de energía como «clave para capturar el valor total de nuestros diversos recursos energéticos» . Tal es así que el ejecutivo estadounidense se fija, con el año 2030 en el horizonte, la necesidad de tener una cadena de suministro independiente de fuentes extranjeras en lo que a materiales críticos se refiere.
Teniendo en cuenta esta misma información, el llamado «Gran Reto» se fija cinco grandes objetivos sobre los que apalancar su estrategia:
Esta realidad mostrada no hace más que poner sobre relieve la necesidad de contar con una red eléctrica en la que los sistemas de almacenamiento sirvan como depósitos de los excedentes generados por diferentes tecnologías que no experimentan picos de generación bajo demanda, como la nuclear, cuya producción es continua; o las renovables, cuyos picos de generación no tienen que ver con la previsión humana, si no con fenómenos meteorológicos.
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